Imaginemos dos creadoras. Una crea con la cabeza llena de respuestas. La otra crea con la cabeza llena de preguntas. Imaginemos que hacen esculturas. La primera sabe que utilizará el hierro y la piedra para su trabajo. El proyecto tendrá un presupuesto de 22.458 euros y finalizará en tres meses. La segunda, sin embargo, no tiene respuesta. La escultura misma decidirá si toma una forma u otra.
Imaginemos ahora que esas creadores son escritoras. Una sabe que su novela estará protagonizada por un joven artista plástico de izquierdas que habla chino. La otra puede tener una imagen en la cabeza, por ejemplo, una mano agarrando otra mano.
Imaginemos ahora que esas creadoras son cineastas. La responsable sabe cuál es el target de su película, cuál es el mensaje de su película, cuántos espectadores tendrá, en qué festivales se estrenará, en qué secuencia pondrá música, cuándo utilizará un primer plano y cuándo uno general. Sin embargo, la otra cree que la propia necesidad de hacer la película acabará respondiendo a todas sus preguntas.
Hace unas semanas, Karmele Jaio decía en el periódico que escribe con la cabeza llena de preguntas. Me sentí aliviada al saber que hay creadoras como yo. Yo también hago películas, con la cabeza llena de preguntas. Ciegas y libres, para que sean las mismas películas las que decidan qué quieren ser. Lamentablemente, me parece que se da más importancia a las respuestas que a las preguntas. Sobre todo en aquellos lugares en los que se tiene la capacidad de decidir a qué creadoras y creadores se les da la posibilidad de llevar a cabo sus proyectos.
¿Qué es la creación sino una pregunta?
Lara Izagirre para Ttap Aldizkaria